jueves, 18 de diciembre de 2014

San Lorenzo es un manojo de nervios

Walter Kannemann tocó y tocó la pelota. La manejó demasiado para los estándares de un central. La controló y la distribuyó dando síntomas de una tensión estragante. Sudoroso, pálido, algo rígido en los giros, vacilante en los controles, el defensor del San Lorenzo somatizó la angustia por la necesidad urgente de clasificarse para la final contra un adversario aparentemente muy inferior. Cuando alcanzada la media hora de partido el Auckland City se hizo con la posesión y obligó a sus compañeros a correr en vano persiguiendo sombras, Kannemann debió sentir que le clavaban el aguijón del orgullo. Era el Mundial de Clubes.
El San Lorenzo representó la tragedia del fútbol argentino cuando intentó distinguirse y no pudo. Esto es lo que sucede cuando los intermediarios y los comerciantes se hacen con la organización del fútbol de un país durante medio siglo. Dejan un erial. Durante más de media hora, en la primera parte, el campeón de América no consiguió elevarse sobre el Auckland City, el equipo de fútbol de una nación de marinos y jugadores de rugby. Un conjunto que no hace mucho habría vivido en el amateurismo. “¡Ponga huevo!”, cantaba la hinchada. Invariablemente. “¡Ponga huevo!”. En todas las letras de todos los cánticos. Y la única respuesta de su equipo era el coraje. La rabia.El partido consumió el tiempo reglamentario. En la prórroga, con un balón colgado al área, tras un rechace, San Lorenzo se adelantó con un zurdazo de Matos. Un suspiro de alivio recorrió a la hinchada que celebró la clasificación después de asistir con pavor al último latigazo de Berlanga, que estrelló un tiro en el palo. Espera el Real Madrid. El equipo que Ortigoza y sus compañeros llevan meses soñando con enfrentar. El sueño que casi se desvanece en Marrakech.


 

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